martes, 22 de marzo de 2011

Extracto de Resurrección


Me morí sin morirme un 14 de febrero. Sin duda, aquél fue un buen regalo de San Valentín.
Los médicos no se ponen de acuerdo en por qué alguien se muere así, sin morirse, deja de respirar, se le paralizan el riego sanguíneo, los músculos, los nervios.
Nada responde. La llaman muerte aparente.
Al menos podrían haber considerado la situación antes de anunciarles mi muerte a mis padres. No se puede hacer sufrir a la gente así porque sí.
-Su hija acaba de fallecer.
Al médico que les había dicho esto no le tembló la voz. Sin embargo, mi madre sí que tembló, tanto que se rompió por dentro.
-¡No es posible! -exclamó con voz quebrada.
Y se echó las manos a la cabeza. No se esperaba aquella noticia.
Mi padre no reaccionó. Enmudeció, sus cuerdas vocales no respondieron, y posó los ojos en el extintor que había en la pared de enfrente.
-Esta mañana estaba bien -se puso a hablar mi madre-. ¡No puede ser! Se despidió de mí y luego...
Me buscaba en su recuerdo para recuperarme otra vez, a su niña. Se negaba a aceptar mi muerte.
-Me dijo que había quedado con Julia y que no vendría a comer... ¡No puede ser!
-Lo siento -la interrumpió el médico-. Hemos hecho todo lo que ha estado en nuestras manos, se lo puedo asegurar.
Hizo una breve pausa y observó a mi padre.
-Si necesitan algo, pregunten a las enfermeras por el doctor Robinson.
Mi madre asintió. Mi padre seguía con la mirada clavada en el extintor.
-En unos momentos podrán ver a su hija -añadió el médico.
Y se fue. Entonces mi padre abrazó a mi madre. Sus brazos poderosos, los mismos que de pequeña me levantaban en volandas, la rodearon.
Ella no se resistió y se hundió en el pecho de papá.
Los médicos también les podrían haber ahorrado el disgusto a mis amigas. A Fannia casi le da algo. Janis y Julia se quedaron petrificadas. No se lo creían. Rachel se echó a llorar y no paró hasta que se le acabaron las lágrimas.
Las quiero un montón.
Tom me da igual que lo pasara mal. Se lo merecía.
Aún me pregunto cómo pude perder la cabeza por un tío tan idiota. Y lo que es peor, hacerlo la primera vez con él. Pudo haber sido con otro mejor. Austin, por ejemplo. Está superbien, pero por aquel entonces salía con Fannia. O Robin. Sí, Robin tampoco está nada mal. Él fue quien me presentó a Tom...
Eso sí que no se puede negar, Tom está muy bien.
Creo que me enrollé con él por eso. Por eso y porque era tan popular. La verdad es que es muy difícil rechazar a un tío así. Yo nunca había estado dentro de ese grupito que andan con cochazos y organizan las fiestas más célebres. Reconozco que, más que nada, halagó mi vanidad. Sobre todo después de haber estado tonteando con Bill. Bill no estaba mal, pero va un día y me suelta que estaba conmigo por mis pechos. ¡Será imbécil! Quizá Tom se liara conmigo por lo mismo.
Aunque nunca se lo he preguntado.
Ni con Bill ni con Tom conocí el amor de verdad.
Lo descubrí cuando me morí sin morirme.
El día de mi muerte llovía muchísimo. Hacía una semana que llovía, pero aquella mañana parecía que estaba cayendo el diluvio universal.
Me morí desplomándome súbitamente en el pasillo del instituto.
-De hoy no pasa -le iba diciendo a Julia mientras íbamos andando rápido hacia la salida. Yo había quedado con Tom y llegaba tarde-. No lo aguanto más.
Hoy corto con él. Se lo voy a decir en cuanto lo vea.
-¿El día de los enamorados, precisamente?
-Sí. ¡Qué más da!
-Tú sabrás lo que haces.
-Es un pesado... Muy guapo, pero me aburre. Se pasa todo el día hablando de sí mismo. Y además es celoso. ¡No lo soporto! Hace semanas que...
No pude acabar la frase. La cabeza me empezó a dar vueltas. Los ventanales, los tablones de anuncios, las taquillas, Julia, todo giraba a mi alrededor a una velocidad de vértigo. A la desesperada intenté asirme a algo para no caer. No encontré nada. Perdía el equilibrio irremediablemente cuando, de súbito, noté unas manos estrechando mi cintura. Tiraron de mí con fuerza pero suavemente, me arrastraron. No me pude resistir.
Creí escuchar una voz.
-No temas.
Era una voz próxima y lejana a la vez, como si proviniese de mi mente y al mismo tiempo de un lugar remoto.
Era una voz de chico, profunda y grave, que me infundió tranquilidad en un momento en que la necesitaba.
-No te pasará nada.
Una voz desconocida que me transmitió la misma calma que la voz de mi padre cuando yo era pequeña y lo llamaba por la noche desde la cama porque tenía miedo.
Me pareció ir a toda velocidad, arriba, siempre hacia arriba. El estómago se me subió a la boca.
Aquellas manos me llevaron hasta una bruma luminosa.
A partir de ese momento y durante las siguientes cuatro horas no recuerdo nada del mundo real. Todo lo que pasó durante el tiempo en que me dieron por muerta lo he podido reconstruir gracias a mis amigas y a mis padres. Llegué a estar técnicamente muerta en el mundo real. Allí, en la bruma luminosa, todo lo contrario: me sentía bien viva.
¡Y tanto que sí...! Allí conocí a Ethan.
Muerta y viva a la vez. Tuve que morirme para conocerle...
Para descubrir lo que es el amor verdadero.
Para sentir que todo, al final, sí tiene un sentido.
Ethan, nunca nadie me había atraído tanto.
-¡No hagas tonterías! -me dijo Julia al verme caer.
Me desplomé en el pasillo con los brazos abiertos en cruz. Se oyó un sonido sordo cuando mi cabeza dio contra el suelo. La carpeta que llevaba salió disparada por los aires.
-¡Emma! ¡Ya está bien! ¡Deja de hacer tonterías!
-Julia estaba realmente enfadada.
Soy bastante payasa y me gusta llamar la atención.
Es superior a mis fuerzas. Mis amigas ya están acostumbradas.
Fannia, Janis y Rachel son tan payasas como yo. Una de las payasadas más sonadas la hicimos en el bar que hay al lado del instituto. Montamos aquello  para irnos sin pagar. Era por la mañana y en el local no cabía ni un alfiler. Pedimos unos refrescos y nos los tomamos tranquilamente hablando de nuestras cosas.
Al acabarlos, tuve una idea. Janis, Fannia, Rachel y yo nos pusimos de acuerdo. Julia intentó disuadirnos.
Y como nosotras pasamos de ella, puso cara de enfado y salió del bar después de pagar su consumición.
Me levanté, di unos pasos y finalmente fingí perder el sentido. Me desplomé como un saco de patatas.
Janis, Fannia y Rachel actuaron con rapidez. Me levantaron del suelo y me sentaron de nuevo en la silla.
-¡Venga! Ya pasó -disimuló Janis aguantándose la risa.
Rachel me empezó a abanicar con un periódico. El camarero se interesó por mí.
-¿Necesita ayuda? ¿Puedo hacer algo?
-No es nada. Es diabética -lo tranquilizó Janis-.
Un poco de azúcar y se recuperará.
Janis dijo la verdad, soy diabética. En algunos asuntos no nos gusta mentir.
El camarero trajo un sobre de azúcar.
-Mejor sacarina -le dijo Fannia.
Un poco más y se me escapa la risa al oír aquello.
El camarero fue a buscar un sobre de sacarina. Volvió en menos de un segundo. Lo abrió y me lo tomé.
Fingí toser.
-Muchas gracias -dijo Janis-. Ahora lo mejor es que le dé el aire. Ya le ha pasado otras veces.
Rachel y Fannia me ayudaron a ponerme de pie. El camarero nos acompañó hasta la puerta.
-¿Seguro que no necesita nada más? -dijo.
-No se preocupe -contestó muy seria Fannia.
¡Salimos del local sin pagar! Misión cumplida.
(...)

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